lunes, 1 de agosto de 2011

 No podía dejar de mirar su pelo. Atado o despreocupado... cada tanto algunos recordaban el tiempo y se suicidaban en sus hombros. No podía dejar de imaginar mi mano en su cabellera, ver dispersados esos cabellos de blanco, saludando desorbitados las yemas de mis dedos. Estaban indignados, luego se sintieron reconfortados, pues su cabello sabía cuánto yo la deseaba.